Category: Estreno en cine


Umbral (2017)

Que dirán las sombras

«Perdido en el mundo tu ser te dolerá al fin» (Luis Alberto Spinetta, No te busques ya en el umbral)

David Moreira murió a los 18 años, el 22 de Marzo del 2014, linchado por vecinos del barrio Azcuénaga tras un intento de robo. Claudio Perrin decide acercase a su dolorosa historia, pero su mayor acierto no es la elección del tema urgente sino el abordaje que propone. En lugar de recrear el hecho, elige mostrar lo que sucede inmediatamente después, y en lugar de centrarse en la víctima, se ocupa de los victimarios, seres cargados de prejuicios, que tratan de autoconvencerse de que todo es blanco o negro (y en esto ayuda bastante la fotografía de Alejandro Pereyra). Cinco personas escondidas en una casa próxima al hecho y aguantando ahí que todo pase (la policía, los familiares, el retiro del cuerpo, todas situaciones que se resuelven en un un gran fuera de campo visual pero no sonoro). Toda la película se concentra en esa noche de espera y convivencia forzosa entre seres que apenas se conocen y su incomodidad para relacionarse, con los demás y hasta con ellos mismos.

La propuesta es el vehículo ideal para el lucimiento de los actores en una esforzada realización que viene cosechando numerosos premios en festivales. El nivel de todos es sólido y parejo aunque se destaca apenas Miguel Bosco con una composición apagada en donde menos es más. Cada uno tiene su momento para darse a conocer pero no hay redención posible. Y quedan más preguntas que respuestas.

https://vimeo.com/179501943

Por Fernando Herrera

STAR WARS

Volver

Luke ha desaparecido, por razones de fuerza mayor. La república muestra su lado endeble, sin caballeros Jedis que la defiendan. De las cenizas del viejo imperio surge la Nueva Orden, para restaurar el poder del Lado Oscuro.

Ese contexto es la excusa perfecta para barajar y dar de nuevo. Ya no está Lucas, y Disney es la Nueva Orden anhelando el poder perdido. En medio de decisiones puramente comerciales, acierta al poner al frente proyecto a J. J. Abrams.

Porque Lucas será un gran creador, pero Abrams es mejor intérprete, y con oficio le hace frente al desafío con convicción y cariño, sin colgarse demasiado de las viejas glorias pero sin despegarse nunca del libreto original.

Más cerca de la remake que del relanzamiento, la película se integra con coherencia con el universo de la trilogía original, ignorando por completo a la segunda trilogía y su festival de excesos (de vestuario, diseño y digitalizaciones innecesarias). Se vuelve a lo básico, contar una historia con el ritmo exacto y los intérpretes adecuados.

Sin que sobre ingenio ni originalidad, pero con más humor y sentido del tiempo, Abrams sale fortalecido de la experiencia. Los espectadores podrán estar agradecidos, los nuevos, pero sobre todo los viejos, aquellos que supieron vincularse con esos personajes creíbles y esos mundos increíbles, y que atesoran recuerdos de la infancia, esa galaxia muy lejana.

Por Fernando Herrera

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Mancebocracia

Josh y Cornelia acaban de pasar los 40 y están ahí, al filo de una crisis, viendo como algunas oportunidades se les empiezan a escapar. Afrontan conflictuados esa edad aún temprana en que empieza a ser tarde pero no tanto para ciertas cosas. La paternidad es el dilema mayor que se multiplica en otros menores. Entablar amistad con una pareja mucho más joven y despreocupada parece ser la salvación, pero el Divino Tesoro de la juventud esconde su propia oscuridad.

El encantamiento por el desprejuicio deviene en alarma. Los jóvenes saben como manipular, la ingenuidad está en otro lado. La brecha generacional se degenera.

Noah Baumach, que empezó como co-guionista de las mejores películas de Wes Anderson y siguió con una interesante carrera como director, sabe a donde apuntar, y acierta en la mayoría de los casos. La levedad inicial y la acumulación de neurosis que emparentan su trabajo con el Woody Allen más efectivo de los 80 están ahí pero van cediendo lugar a una mirada irónica sobre el lugar privilegiado que se le da a la juventud como valor en estos tiempos.

Por Fernando Herrera

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Vuelven los lentos

David Robert Mitchell entrega una obra que navega saludablemente a contramano de casi todo el previsible cine de terror que viene de Hollywood.  Nada de cámara en mano y falso documental, mejor volver a las fuentes, con planos extremadamente cuidados y muy buena dirección de fotografía. Y una revisión de uno de tópicos más transitados del género, el despertar sexual devenido en situación de peligro, tratato con tanto criterio que resulta nuevo.

Una curiosa maldición pesa sobre la vida de Jay. Alguien, o algo, la sigue. Eso que no la deja en paz adopta formas diversas, y puede llegar a ser mortal. Un curioso fenómeno cuya transmisión es sexual. La única salida es pasarle el mal a la próxima víctima, y hay una sola forma de hacerlo.

Los protagonistas también son seres de otro mundo, y otro tiempo, pero no debido a la fantasía de la trama. El mundo reflejado en la película es el de principios de los 80. La historia está conceptualmente instalada en un tiempo distinto, lo cual refuerza la sensación de extrañamiento y ambigüedad, y hasta conecta con la paranoia del SIDA de la misma época.

Más allá de la referencia central al cine de Carpenter, y un guiño a Dejame Entrar con la escena de la pileta, hay toda una tradición de cine clásico de suspenso que Mitchell decide seguir. Y desde ahora habrá que seguirlo a él. No nos va a defraudar.

Por Fernando Herrera

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nymphomaniac

La sonrisa vertical

Joe es una pecadora impecable. Su historial de relaciones peligrosas incluye más vínculos que una reseña de este blog. Se sabe y reconoce distinta desde muy temprana edad. Nada de pubis angelical.

Lars y la chica real. Las películas de Von Trier (al igual que Joe) tienen mucho para entregar. Combinan por igual capricho y desafío, regodeo en la abyección con atípica inquietud artística. También pueden ser vistas como una galería de provocaciones, baratas y caras. Pero no se suele salir indemne de ellas.

Vale la pena entonces elaborar un análisis más profundo de lo que propone el director danés en este caso. Esta reseña oficia como borrador de ese análisis.

Se podría empezar por la sinopsis. Filmaffinity nos dice lo siguiente:

Historia de una ninfómana contada por ella misma. Una fría noche invernal, un viejo solterón (Stellan Skarsgard) encuentra en un callejón a una joven (Charlotte Gainsbourg) herida y casi inconsciente. Después de recogerla (Sic) y cuidarla, siente curiosidad por saber cómo pudo haber llegado esa mujer a semejante situación; escucha atentamente el relato que ella hace de su vida, una vida llena de conflictos y turbias relaciones.

Sexo oral. La experiencia sexual mediatizada por el relato que Joe hace de su vida a Seligman es el centro de la película. Un juego de gato y ratón (ratoneado) brillantemente ejecutado por Gainsbourg y Skarsgard. Von Trier sabe como dirigirlos y exigirlos al máximo. El recurso del relato reinterpretado enfría y distancia. El realizador de Anticristo se pone anti-erótico.

Tanto los protagonistas como los secundarios brillan en sus papeles, en especial los intérpretes más conocidos, con fugaces apariciones que los desencasillan. La excepción quizás sea Stacy Martin, que en su rol de joven Joe pone el cuerpo pero queda lejos de la complejidad que Gainsbourg le da al personaje maduro. La calculada manipulación del director alcanza a los espectadores. El tipo sabe como incomodar, y como tensar cualquier situación. Incluso juega a referirse a sí mismo en una escena que imita a otra de Anticristo (película ante la cual ésta, y cualquier otra, terminan siendo light).  Parece que Von Trier no puede dejar de pensar en él mismo, y usa al personaje de Seligman como un alter ego. Probablemente sea demasiado ego.

Aún con sus desniveles, con sus metáforas forzadas y sus golpes bajos, Von Trier sigue su marcha forzada a contramano y propone algo absolutamente distinto a todo.

Por Fernando Herrera

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Una noticia para romper el hielo

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Una noche en La Tierra

Nick Cave anda dando vueltas por este planeta hace ya bastante tiempo. 20.000 días para ser exactos. Entre tantas cosas que han llamado su atención más allá de la música están los guiones de cine, con un par de colaboraciones para su compatriota John Hillcoat. Y ahora se ocupa de escribir y protagonizar esta película de Iain Forsyth y Jane Pollard que se aleja de todos los lugares comunes de la biografía para contar de una manera lateral y muy atractiva la vida del propio Cave. Pero esto es apenas una excusa para asomarse al misterio del proceso creativo de un artista. La legión de fanáticos del australiano podrá disfrutarla pero lo mismo sucederá con los que no lo conozcan.

Publicado en el Diario La Capital, de Rosario, el 12 de Abril de 2014, como parte de la cobertura del BAFICI de ese año, en donde la película formó parte de la Competencia Internacional.

Por Fernando Herrera

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El clan (2015)

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La banalidad del mal

Eran personas normales, a pesar de los actos que cometieron. Actos que devuelven la imagen, deforme y brutal, de los años previos a la democracia. Un mundo con servicios en lenta retirada, vicios palpables, y una insana vocación por ocultarlos.

En ese marco de clase media alta de San Isidro a principios de los ´80, el foco está puesto en el funcionamiento de una familia, particular y emblemática. Coordenadas muy precisas para Trapero, que apuesta por primera vez a seguir los lineamientos de una historia basada en hechos reales. Una novedad que enmascara su obsesión de siempre, meterse con las instituciones para analizarlas desde adentro. Y lo hace con las armas habituales, rigor narrativo y planos largos y cuidadosamente coreografiados, hasta llegar a una escena final que no conviene adelantar pero que dará que hablar y quizás genere polémica. Película incómoda de ver y de hacer.

Todo queda en familia, desde la Rotisería devenida dólares mediante en local top de venta de artículos náuticos hasta el negocio real de secuestrar amigos y conocidos. Hay un afán casi didáctico por retratar cada caso, con nombres y fechas, como para que todo quede claro, pero el centro es el melodrama familiar de un hijo que no puede, no sabe o no quiere escapar de la órbita de su padre aunque lo cuestione (es notable el trabajo de Lanzani para encarar un personaje vulnerable y ambiguo). Arquímedes Puccio se mueve bien en su mundo, y Francella se esfuerza por desactivar sus rasgos distintivos y componer a ese personaje antipático y manipulador pero que la vez se muestra amable y comprensivo con los suyos.

El resto de la familia no interviene demasiado pero acompaña cómplice. Sus motivaciones quedan en segundo plano. Más interesante es la exposición de los vínculos de Puccio con militares y con otras bandas de secuestradores que operaban en ese momento, y que le daban la libertad necesaria para actuar de esa manera en apariencia tan temeraria.  Ese entramado de complicidades explica en cierta forma una historia que, si no fuera cierta, sería inverosímil. Pero todo es posible cuando todos deciden mirar para otro lado.

Por Fernando Herrera

Entrevista a Pablo Trapero

Entrevista a Guillermo Francella

Entrevista a Peter Lanzani

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JESS

Lo pasado pesado

Pobre Jess. No pega una. A punto de convivir con su pareja, con la que tendrá un hijo, sufre un accidente que la deja postrada y sola, y debe volver vencida a la casita de los viejos, en donde la espera más de una sorpresa desagradable relacionada con el pasado no resuelto, y que por supuesto no conviene adelantar.

Lo que sigue es un modesto misterio que se sostiene hasta el final. Las actuaciones son convincentes, sobre todo la de Sarah Snook, que ya había llamado la atención con su notable papel en la también retorcida Predestinación (2014). Esos son los puntos a favor, a los que hay que sumar la saludable intención de apelar a la narración y dejar de lado las escenas de alto impacto y el gore gratuito, sobre todo teniendo en cuenta que el director, Kevin Greutert, venía de hacer las dos últimas entregas de El Juego del Miedo.

Pero Greutert, como Jess, debe lidiar con un pasado que lo condiciona demasiado. La lucha es cruel y es mucha, y la acumulación de lugares comunes, la escasez de sustos y cierto desprecio por los personajes propio del género desdibujan las buenas intenciones y resienten por completo la experiencia. Una pena, pero es probable que Snook, a diferencia de la pobre Jess, tenga mejores oportunidades en el futuro.

Por Fernando Herrera

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Física y Química

Bienvenidos otra vez al mundo de Mad Max, ese desierto de lo real. Sin Mel Gibson, pero con otro que muerde el polvo y está a la altura. Cuarta entrega de la saga, pero de ninguna forma una película de cuarta. ya que detrás sigue imperando la furiosa coherencia de George Miller, el responsable de todas las anteriores. El director logra salirse de la norma recargada y digital de los tanques de Hollywood apostando al cine clásico, con La diligencia (John Ford, 1939) como referencia insoslayable, algo que ya ocurría también en la exitosa segunda parte de la saga, con la que guarda muchos puntos de contacto. Como aquella vez, el argumento es una excusa para revisitar el camino del héroe, alimentado con la misma sopa Campbell que George Lucas usara de sostén para su propia saga. Aunque esta vez el héroe quede relegado a un cómodo segundo plano por el personaje femenino a cargo de la siempre eficaz Charlize Theron.

Más acá del mito, hay una saludable apelación a la física. Lo analógico se impone a lo digital.

Nada más simple de proponer, en principio, que un grupo vulnerable que debe desplazarse de un punto a otro, con innumerables obstáculos en el camino. El resultado es un relato salvaje y literalmente lineal, que describe el trayecto de un particular camión de provisiones en el particular y a esta altura reconocible y hasta coherente mundo de Mad Max, un mundo que ha trascendido su marca de origen (el futuro postapocalíptico ochentoso y australiano) para volverse universal y atemporal.

Por Fernando Herrera

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sniper

Sobre héroes y tumbas

Chris Kyle se ha convertido en el último gran héroe americano. Una leyenda real amparada en su efectividad para asesinar a distancia, un especialista al que se le contabilizan 250 muertes (incluyendo mujeres y niños). Pero parece que Kyle fue eso y mucho más: un soldado tardío y obsesionado con sus objetivos, un cowboy de Texas, un compañero leal, un hombre de familia. Abordar todas esas piezas de rompecabezas podía ser un interesante punto de partida, sobre todo en manos de un director que ya ha dado sobradas muestras de su capacidad para retratar situaciones ambiguas sobre el heroísmo, pero en este caso prácticamente no hay zonas grises. Una escena inicial en la que Kyle debe eliminar a un niño que se vuelve una amenaza es seguida por una serie de situaciones que pretenden justificar lo injustificable.

Es más que probable que el francotirador esté convencido de que sus acciones salvan muchas otras vidas (de las vidas que cuentan para él). Pero todo da a entender que el viejo Clint comparte ese punto de vista. El presunto llamado a la reflexión inicial queda anulado y el espectador, como un marine paseando distraído por Irak, cae en una emboscada en la que lo único que sobrevive es la eficacia del estilo narrativo clásico de Eastwood. Eficacia que le permite regalar un par de escenas bien resueltas, sobre todo cuando Kyle encuentra a un rival de su altura y el duelo entre ambos se vuelve western.

En La conquista del Honor y Cartas de Iwo Jima, ambas del año 2006, Eastwood supo explorar la diversidad de puntos de vista y la manipulación de los hechos heroicos. Ahora deshace y descontextualiza simplificando al máximo. Lo mismo le había ocurrido a Kathryn Bigelow, que paso de la interesante observación de Vivir al límite (2008) a la justificación tramposa de La noche más oscura (2012) (ver nota en este blog).

Si las andanzas de Kyle son un inesperado éxito de taquilla en su país se debe precisamente a una lectura simple de exaltación de patriotismo y no a la exploración de un personaje con luces y sombras que en realidad nunca aparece. Se ha hablado bastante de la pereza de Eastwood en la escena del bebé de plástico, pero eso es apenas un recurso. La falsedad pasa por otro lado, mucho más peligroso.

Por Fernando Herrera

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