Category: BAFICI 2013


Kia Davis in "Exit Elena" a Konec Films production.

Neurosis tamaño familiar

Nathan Silver hace de todo, y lo hace bastante bien. En el último BAFICI presentó dos películas, Soft in the head en la Sección Panorama y Exit Elena en la Competencia Internacional, y en ella también actúa, en un papel complicado, con muchos puntos de contacto con el protagonista de La Paz.

Pero el centro de la película es la experiencia (o la falta de ella) de Elena, joven enfermera recién recibida que debe cuidar a una anciana y para ello convivir con la neurótica familia de la mujer, compuesta por su indiferente hijo, su agobiante nuera (madre de Silver en la vida real) y su errático nieto (el propio Silver).

Elena se ocupa de todos ellos, los contiene y es contenida, y por momentos quiere irse lo más lejos posible.

Bajo presupuesto pero buenas ideas para abordar el retrato de una familia disfuncional (tema central del cine Independiente norteamericano) con iguales dosis de ironía y ternura .

Por Fernando Herrera

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Texto de Marcelo Panozzo para el libro del BAFICI

“Este es un policial erótico con situaciones muy límite”, dice la directora. Y no sólo eso: ¡es argentino! O fue hecho en Buenos Aires, Argentina, subte línea B, donde todo el mundo se aleja más del cielo también. Mujer lobo, de Tamae Garateguy, es una bienvenida rareza para ese cine-argentino-independiente (táchese lo que no corresponda) que no se anima a límites de este tipo, en los que la carne se pone toda junta en el asador. La mujer lobo del título es una asesina serial multirostro (espléndidas Mónica Lairana, Luján Ariza y Guadalupe Docampo dándole forma), de alguna manera maldita por ese impulso homicida, que seduce hombres, los lleva primero a la cama y enseguidita a la tumba, y sigue su camino. Hasta que, claro, se topa con un problema de difícil solución. Sexy, estilizada, violenta y generosa, Mujer lobo agarra una serie de estereotipos manejados (justamente) por tipos y los da vuelta como una media (calada). Bravísima. Y bienvenida.

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Ilusión y movimiento

Santiago Mitre, inquieto después del éxito de El estudiante, cambia por completo y codirige junto al coreógrafo Juan Onofri Barbato Los posibles, una propuesta inusual de llevar a la pantalla un muy particular espectáculo de danza, alejándose de cualquier intento de registro clásico. El resultado es una experiencia hipnótica.

Un grupo de seis bailarines en un sótano. No hay más que eso, o quizás sí. Los bailarines vienen de la Casa La Salle, un centro de integración social ubicado en González Catán. La compañía de danza se llama Grupo KM29.  Los rostros de cada uno sugieren un pasado que nunca se hace explícito.

Decíamos en notas anteriores sobre películas del BAFICI que P3Nd3JO5 se sostiene en su poética visual y Viola se concentra en la fuerza de sus palabras. Dos maneras opuestas pero igualmente válidas. Mitre recorre también ese camino en su propia obra yendo de la palabra en El Estudiante a la pura y energética plasticidad de Los Posibles. En ese retrato certero de la tensión de los cuerpos radica toda la su fuerza.

Por Fernando Herrera

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15 BAFICI - Viola

Copias certificadas

Siempre se vuelve a él, es inevitable. Un grupo de actrices ensaya para un proyecto que reúne textos de obras de Shakespeare. Cada texto, como era de esperar, es rítmico y exacto, pero todo lo que dicen fuera del ensayo también lo es.

Pocas veces se ha visto un trabajo con la palabra tan ajustado y musical. Eso es Viola, un preciso juego de espejos, ligero pero no superficial, con la representación como eje. Cada repetición tiene su propio sentido en los ensayos y en la vida más allá de ellos. Las protagonistas (notables actrices todas) hablan y son habladas. No es solo copiar lo que importa, aunque copiar sea la forma de ganarse la vida. Sobre todo para Viola, que recorre en bicicleta la ciudad entregando películas truchas.

En un cine que se está acostumbrando a enfocarse en los silencios y los gestos para generar sus climas, Matías Piñeiro amablemente pide la palabra.

Por Fernando Herrera

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Rupturas

Es el momento más inoportuno para que Taryn llegue sin aviso a visitar a sus tíos, una pareja de músicos a punto de separarse, con una hija desorientada que queda como rehén en la contienda.

La tercer película de Matt Porterfield acumula algunos rasgos distintivos del cine «indie», con una familia disfuncional como centro, con otros más propios del nuevo cine argentino, como su predilección por los climas y los gestos antes que los diálogos. Con estas características era de esperar que forme parte de la Competencia Internacional del BAFICI, y de paso se llevara el premio al Mejor Director.

Pero más allá de eso hay un valor agregado, los protagonistas son músicos en la vida real y en momentos claves de la trama interpretan en vivo canciones bellas y emotivas que terminan siendo el mejor espejo de su fragilidad emocional.

Por Fernando Herrera

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Hombre mirando al norte

Liso vive al borde. Su equilibrio emocional es precario. Acaba de salir de un neuropsiquiátrico. Trata de reinsertarse en la cómoda casa de su familia acomodada, ante la mirada perpleja de un padre casi ausente y una madre omnipresente, que pretenden ayudar pero que ni siquiera lo entienden. El prefiere hablar con su abuela o con Sonia, la empleada doméstica boliviana, las únicas personas que parecen aceptarlo sin pretender nada más.

Santiago Loza vuelve a exhibir precisión para definir y acompañar a sus personajes sin juzgarlos, algo que ya había mostrado en Los labios (2010), esa notable película co-dirigida con Ivan Fund (aquí a cargo de la cámara). No hay un solo subrayado y cada gesto y cada silencio parecen estar en el lugar indicado.

El que no encuentra su lugar sigue siendo Liso, atrapado en el confort de su hogar, sin conectar casi con nadie y sin que nada lo conmueva. Hasta que un episodio lo lleva a reorientar su rumbo.

Por Fernando Herrera

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La parte del león (y muchas otras partes)

¿Cuántas películas caben en una sola película? En esta suerte de aleph bonaerense que es Historias extraordinarias de Mariano Llinás entran por lo menos una trilogía de suspenso completa -con infinidad de locaciones entre Pigüé y Mozambique-, otra película de neto corte melódico romántico, y hasta otra más de nazis perdidos. De todas maneras, cualquier intento de asomarse al contenido por enumeración hace que uno se quede corto, muy corto.

En el Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore los besos eran prolijamente censurados y en una secuencia memorable un personaje se encargaba de devolver esos momentos a la pantalla grande, todos juntos. Viendo la película de Llinás queda la sensación de que alguien le anduvo escamoteando las líneas argumentales al llamado “nuevo cine argentino” sólo para poder devoverlas ahora y pasar a cobrar el rescate.

Y, si bien hay que admitir que apuntando en todas direcciones es imposible acertar todos los tiros, el procedimiento de perdigonada le permite a Llinás agotar su propia fórmula, llevarla hasta sus últimas consecuencias y generar el milagro de entretener durante cuatro horas (y dos intervalos) sin diálogos, casi sin actores profesionales y, sobre todo, sin dinero, conformando una suerte de apología de la producción a bajo costo, altamente estimulante para quien quiera embarcarse en las extraordinarias aventuras que implican la realización de cualquier film.

Por Fernando Herrera

(publicado originalmente en Espacio Cine en el año 2009)

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