Category: Oscar 2014


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Los auténticos decadentes

Jep Gambardella supo escribir una novela extraordinaria hace ya demasiado tiempo, y hoy solo es una sombra cínica y elegante de lo que pudo llegar a ser. Su condena es vivir con plena consciencia de ello. No le queda ni el consuelo de la hipocresía. Va por la noche romana y se pierde en un interminable desfile de grandes fiestas y bellas ruinas. La vorágine de la mundanidad. Tanto él como esa ciudad abierta viven a expensas de esplendores remotos. Dolce far niente que se consume de a poco en una parálisis confortable.

La grande bellezza, de Paolo Sorrentino, se pasea con gracia por una cáscara vacía que permite adivinar todo lo que contuvo. Tanta falsedad esconde alguna verdad olvidada escrita en algún rincón del tiempo.

La evocación a glorias del pasado alcanza al propio cine italiano, en particular a Fellini. Hay algo de Marcelo Rubini, aquel personaje que Mastroianni compuso para La Dolce Vita, en ese andar desencantado de Jep (que encuentra el rostro exacto en la interpretación de Toni Servillo). Pero los ecos del mejor cine no se agotan allí y hasta Bellocchio podría verse reflejado en el desequilibrio del hijo de una amiga de Jep, o Visconti en el certero retrato de un sistema que declina. No se trata de homenajes directos sino de un espíritu que sobrevuela en la precisión de cada plano.

Jep sabe perfectamente que hace mucho que no está a la altura de sí mismo. Sorrentino, por el contrario, apuesta fuerte como en trabajos anteriores, pero esta vez logra el equilibrio en una historia que se sostiene a pesar de sus ambiciones desmedidas. Con una cámara en estado de gracia y módicos enigmas consigue ir en busca del tiempo perdido y lograr que brille por su ausencia.

Por Fernando Herrera

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Los infortunios de la virtud

Abandono por un momento la comodidad de los títulos habituales en estas reseñas, que aluden en general a letras de canciones. En este caso lo que se cita es un libro del Marques de Sade. El sadismo es esencial en la incómoda película que nos ocupa, ya que se lo denuncia y a la vez se lo exhibe con fervor.

La libertad es el tema central en la filmografía del director Steve McQueen (que, hay que volver a decirlo, nada tiene que ver con el mítico actor). Hunger (2008), su trabajo más logrado, trataba sobre una huelga de hambre en la cárcel. Luego vino Shame (2011), en la que el protagonista (el mismo de Hunger, Michael Fassbender, también presente en 12 años) estaba atrapado en su propia adicción al sexo. Su nueva película es una mirada a las penurias de la esclavitud en norteamérica, aunque el foco está puesto en un solo caso, el de Solomon Horthup, quien nació libre en el Norte y fue engañado, secuestrado y llevado a trabajar a una plantación de algodón en el Sur. Se trata, una vez más, de un hecho real, pero hay un desbalance entre ese caso particular y el de el resto de los esclavos, que operan más como un telón de fondo. Solomon se siente menos esclavo que el resto. Circunstancias muy adversas lo han llevado a ese lugar, cuestiona la injustica de su condición, pero no tanto la de sus pares. Y hasta sus propios amos lo tratan de manera diferente. Esa ambigüedad es interesante. No todo es blanco y negro.

Solomon sufre pero a la vez es testigo del sufrimiento de otros, que finalmente lo conmueve. Su estrategia de supervivencia es la simulación, evitando en lo posible confrontar o revelarse. Y la sostiene a pesar de todo. Ese todo consiste en una serie de crueles maltratos físicos y psicológicos que parece interminable y ciertamente se vuelve agotadora. Ese  exhibicionismo en la tortura se vuelve el costado más discutible del film.

Por Fernando Herrera

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La película anterior de McQueen

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Cable a Tierra

Gravedad, de Alfonso Cuarón, tiene un peso muy específico que la convierte en la mejor película industrial del año. Un prodigio de la técnica al servicio del cine más clásico, y una experiencia visual y sonora deslumbrante, en donde hasta el habitualmente insulso y efectista 3D está justificado. El director mexicano ha sabido crear una película excepcional en más de un sentido combinando lo espectacular con lo tangible. Sus coreografías de cámara sostienen un relato equilibrado que solo desentona ocasionalmente con los excesos de una música omnipresente.

La historia es mínima, dos personajes obligados a desplazarse de un punto A a un punto B, pero esa trayectoria condensa todas las trayectorias, incluyendo las de Sandra Bullock y George Clooney, estrellas que interpretan sus papeles en segundo plano. Una suerte de Aleph en donde lo mínimo encierra lo máximo, donde lo finito convive con lo infinito. La escala es muy importante, como también lo son los tiempos. Pasan pocas cosas, porque los tiempos son los del espacio, pero en cada una de esas pocas cosas la vida está en juego. Y para que esto sea palpable Cuarón se vale, como en Niños del Hombre (2006) de un recurso que maneja como pocos, el plano secuencia. La película se inicia con uno de unos 13 minutos que describe a la perfección lo bellamente hostil del ambiente de trabajo de dos astronautas, y es sin dudas antológico. Un accidente los transforma en náufragos del vacío (externo e interno), y deberán afrontarlo sin caer en la desesperación, con alguna dosis de fe pero sobre todo con voluntad, volviendo a lo elemental si quieren mantener los pies en la tierra. Porque hay otros mundos pero están en éste.

Por Fernando Herrera

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Cómo decirle que no a la piratería

Pocos directores actuales tienen la capacidad de tensar el relato, de imprimirle verosimilitud y vértigo a cada escena, como Paul Greengrass. Sus condiciones siguen intactas, lo que ha cambiado en su cine es el punto de vista. Su mejor película, Domingo Sangriento (2002), se valía de un montaje paralelo para contar como se organiza una protesta (en Irlanda y en los años 70) y a la vez como se organiza la represión de esa protesta. En este caso, sobreviven las buenas intenciones al principio, montaje paralelo mediante, al retratar la vida en un buque mercante y fugazmente mostrar las desesperantes condiciones de vida del reducido grupo de somalíes que intentará abordar el barco. Ese momento alcanza para no demonizarlos pero queda a la deriva cuando se produce el abordaje y la película se concentra en el heroísmo de su protagonista. Heroísmo de hombre común forzado por las circunstancias, interpretado a la perfección por Tom Hanks.

Lo que se cuenta es una recreación de un caso real (una especie de moda en Hollywood últimamente) ocurrido en el 2009. Basta con ver algunas imágenes de noticieros de lo que pasó para constatar el grado de fidelidad en la reconstrucción. Pero lo que prima, más allá de los esbozos que intentan contextualizar lo ocurrido, es el espectáculo. La vocación de Greengrass es doblemente recreativa.

Por Fernando Herrera

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El burgués encanto de la discreción

Otra película basada en hechos reales (pronta nota sobre esta tendencia) que bien podría haber desbarrancado en otras manos pero que llega a buen puerto gracias a la sobriedad del director y los intérpretes. En particular Judi Dench, cuya actuación es secretamente extraordinaria, sin las exigencias físicas que propician los premios, pero exacta. Su personaje lleva adelante el peso de una trama llena de ingredientes que conviene no revelar, y sus ideas a contramano y a contratiempo terminan llenando de ambigüedad algo que podría haberse agotado en una simple denuncia. Su Philomena es una mujer en apariencia muy simple con una vida muy complicada, que un día se decide a buscar a su hijo, con el que no tuvo contacto en cincuenta años, desde que le fuera arrebatado por una institución religiosa que lo dio en adopción.

Para eso se vale de un cínico periodista en decadencia interesado en su historia, interpretado por Steven Coogan (también responsable del guión). Hay algo de fórmula en ese choque de opuestos obligados a convivir, pero prima el talento sobre el lugar común.

Stephen Frears es un hábil artesano con una extensa carrera que incluye títulos más arriesgados (los primeros sobre todo) y otros más intrascendentes. Philomena, como el personaje que retrata,  se ubica cómodamente en un punto medio. Tiene mucho para decir, pero eso no le hace perder el equilibrio.

Por Fernando Herrera

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Her (2013)

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Voz y yo

(Primeras impresiones sobre Her, de Spike Jonze)

Theodore y Samantha se entienden. Ella lo acompaña como nadie, y es complicado afirmar que ella sea alguien, porque todo ocurre en un futuro muy cercano y Samantha es nada más y nada menos que un sistema operativo con una inteligencia artificial extraordinaria.

Hay que ver como ese punto de partida propio de una comedia disparatada (o porqué no de una película de Subiela) se vuelve verosímil. Theodore no responde al lugar común de personaje desesperado que muestra su patetismo sosteniendo una vergonzosa relación imaginaria. Y Samantha no tiene cuerpo pero si entidad, y una manera muy genuina de relacionarse. Encontrar el tono adecuado es el primero de los muchos aciertos de este hermoso film.

Lo unipersonal no quita lo romántico. Theodore y Samantha van de paseo, por la playa o por donde fuera, aunque sean mucho menos que dos. A él se lo puede ver casi todo el tiempo, antes del amanecer, del atardecer y de la medianoche, a ella solo se la escucha (que sea la voz de Scarlett Johansson ayuda mucho).

En ese mundo cercano, un poco más avanzado, un poco más hipster también, y ciertamente bello (la fotografía y la música hacen la experiencia mucho más agradable) las relaciones entre personas y sistemas operativos son aceptadas (por lo menos por los amigos de Theodore). De hecho, en ese mundo, nada parece ser muy cuestionable o cuestionado. Tampoco el trabajo del propio Theodore que consiste en escribir cartas personales para otros dentro de una gran empresa que ofrece ese servicio. Con todo casi serenamente resuelto, solo queda perseguir el sabor del encuentro, y arriesgarse al dolor del desencuentro. Enamorarse es una locura socialmente aceptada, le dice una amiga (de carne y hueso). Todos tienen mucho para decir. La tecnología no los ha deshumanizado, simplemente se ha vuelto algo más que se acepta.

Jonze vuelve a demostrar, como en ¿Querés ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Donde viven los monstruos (2009) que es uno los directores más interesantes del cine norteamericano actual, con un estilo definido y encantador, y un humor melancólico que lo conecta con el cine Wes Anderson, aunque con mayor amplitud y ambigüedad, pero sin llegar tampoco a la ambición y el riesgo de Paul Thomas Anderson. Aquí, más allá de la originalidad del planteo, de la belleza ostensible de cada imagen y cada sonido, deja poco espacio para preguntarse por cómo nos relacionamos con la tecnología y mucho para enfocarse en cómo nos relacionamos en general. El vínculo como un dispositivo ortopédico, un espacio a completar con nuestras propias proyecciones. En su película más amable, Spike se mete con el tema más incómodo.

Por Fernando Herrera

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La banda sonora de Her

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Que ves el cielo

Woody Grant es un hombre de pocas palabras. Quizás pronuncie menos palabras que esta misma y breve reseña. Parece estar más distraído que ido. Sus hijos temen que sea el principio del fin, su mujer en cambio solo demuestra estar harta de sus mañas. A él no parece importarle mucho nada, solo cobrar un muy dudoso premio contenido en un cupón, pero para eso hay que viajar hasta Nebraska.

Alexander Payne vuelve al terreno que mejor conoce, el del viaje como excusa para reencontrarse con uno mismo, clave en sus anteriores trabajos, en particular en Las confesiones del Sr. Smith (2002), con la que guarda mayores similitudes, pero también habrá que mencionar Entrecopas (2004) y Los descendientes (2011).

El tema tan caro para el cine Indie de la familia disfuncional viajando por la norteamérica profunda no es nada original pero está muy bien logrado. ¿Fórmula?, sí, pero hay que saber hacerla. Y todos demuestran que saben muy bien que hacer, desde Bruce Dern, que ganó el premio a mejor actor en Cannes por este trabajo y ahora está nominado al Oscar hasta Phedon Papamichaels, responsable de la bellísima fotografía en blanco y negro. El resto acompaña muy bien, en particular los dos hijos, interpretados por cómicos salidos de Saturday Night Live que cambian acertadamente de registro.

Como era de esperar, el viaje se irá complicando lo suficiente para promover desocultamientos, módicas revelaciones. Más allá de la fría y austera belleza del paisaje hay seres que respiran y son capaces de ofrecer iguales dosis de patetismo y ternura. Lo más notable de Payne es su capacidad para querer a sus personajes.

Por Fernando Herrera

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Dallas Buyers Club (2013)

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Tema de Virus de los 80

Próxima a estrenarse, con el probable título de El club de los desahuciados (ay), Dallas Buyers Club cuenta la historia (real) de Ron Woodroof, un típico vaquero texano tipicamente homofóbico al que le diagnosticaron SIDA en los años 80, cuando aún nadie sabía muy bien de que se trataba esa epidemia y los malos entendidos estaban a la orden del día. Su manera de hacerle frente esa densa realidad y a los prejuicios retrógrados fue traficar medicina no aprobada en su país y generar una red de distribución para muchos otros enfermos que no encontraban respuestas, y de paso hacer buenos negocios. Radiografía de una época ida y a la vez denuncia de lobbies farmacéuticos que siguen más vigentes que nunca.

La enfermedad como redención y más aún el «basado en hechos reales» (seis de las nueve candidatas al Oscar, nada menos) son lugares comunes de cierto cine con afán de prestigio. Sin embargo, en este caso hay algo que fluye por encima de esos convencionalismos. Mucho tiene que ver la interpretación de Matthew McConaughey, que excede el muy llamativo esfuerzo físico (por eso solo ya es el favorito para un premio). El actor encuentra el personaje más atractivo de su carrera en el lugar menos pensado y se transforma en el verdadero motor de la propuesta con sus ambigüedades. Como en Blue  Jasmine, la riqueza del personaje es superior a la de la historia. No pasa lo mismo con Jared Leto, especialista en componer seres al borde, en su caso la exigencia física supera a la interpretación y se transforma en apenas un elemento funcional a la trama. De todas maneras es probable que también sea premiado por su visible compromiso.

Jean-Marc Valleé es un director canadiense que cobró notoriedad con la interesante Mis Gloriosos Hermanos y luego hizo pie en Hollywood con La joven Victoria. Aquí, más allá de los reparos observados toma un par de decisiones acertadas, sobre todo en la puesta de escena y la edición y se vale del talento de McConaughey para encarnar en todo sentido su papel.

Por Fernando Herrera

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Pecados capitales

(Los signos medúseos – Parte 2)

Uno de los mejores momentos de esta película es aquel en el que el habitualmente ninguneado y ahora reivindicado Matthew McConaughey, suerte de mentor del personaje interpretado por Leonardo Di Caprio, explica y resume todo el sistema financiero bajo el concepto de «Fugazi». Ese momento vale y a la vez explica toda la película. No hay reglas, todo es ficción y lo que impera es el triunfo de la voluntad. El único problema con esa escena es que está al principio (y hasta puede verse en el trailer), y lo que queda, que es bastante, es una reiteración de esa idea central, adornada por algunos momentos brillantes y otros previsibles.

En la nota anterior nos referíamos al concepto de Signo Medúseo, término útil para abordar la obra de Martin Scorsese, en particular de los años 90 en adelante. En algún punto MS se volvió SM.

Esto no quiere decir que no haya nada rescatable en este nuevo trabajo del casi siempre vital y efusivo y a esta altura mítico director. Sólo que esa vitalidad tan celebrada se encuentra agazapada y se hace presente solo por momentos en esa espiral de desmesura que acumula excesos y colecciona anécdotas para volver a contar una historia de ascenso y caída que culmina con una incomoda delación y una redención ambigua. Y hasta se vuelve aleccionadora para aclarar que ni el dinero ni el sexo ni las drogas llevan a la felicidad. Si en Escándalo Americano el «más de los mismo» la volvía una encantadora falsificación, en este caso toda la historia real de Jordan Belfort deviene en eficaz fugazi.

Por Fernando Herrera

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Bonus track, reflexión de Zizek sobre el capitalismo y la búsqueda de felicidad personal

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Los signos medúseos – Primera parte

Por un puñado de pelos

Esos raros peinados viejos ocultan algo. El estilista David Russell repite fórmula efectiva sumando a los protagonistas de sus dos últimas películas (El ganador y El lado luminoso de la vida). Pero esa suma no suma y lo que queda es un gesto tan agradable como vacío, una obra de arte falsificada que se pretende vender como buena. Y dado que la trama de Escándalo americano tiene que ver precisamente con las estafas, la propia realización se iguala con la ficción retratada.

Una película con música de los 70 difícilmente pueda fallar, y menos si cuenta entre sus intérpretes con Amy Adams, la única que pone toda su belleza y talento al servicio de la historia, en un grupo de actores prestigiosos que se autoparodia. Su personaje se roba la película con facilidad porque es el único que genera empatía mientras el resto se pierde en el afán de mostrar sus falencias.

Una historia de estafadores de medio pelo que llegan mucho más lejos de lo que ellos mismos pensaban, válida de ver y con un par de momentos disfrutables, pero objetable dentro del canon que impone el Oscar  al instalarla entre lo mejor del año. Más allá de la siempre discutible importancia de estos premios, es igualmente objetable dentro de la propia filmografía del director, y eso ya es un poco más grave. Si había algunos signos de agotamiento en su también galardonada película anterior, la repetición no hace más que poner esos signos (medúseos) en primer plano.

¿Qué es un «signo medúseo»? El gran Angel Faretta acuñó el este concepto que refiere a «una intuición temprana que llega después -y por diversos motivos- a petrificarse en la repetición y en la banalización de lo pioneramente descubierto antes». Signos reconocibles en este trabajo de Russell y en otras películas candidatas al Oscar a las que pronto nos iremos refiriendo.

Por Fernando Herrera

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Reseña (bastante más favorable) del film anterior de David Russell