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DSCN7206Un cuento de cine

El amplio Salón Atlántico del Hotel Provincial se vio por completo desbordado durante las casi dos horas en las que Ricardo Darín brindó una charla junto a José Martínez Suárez (una de las más extensas que se recuerden en la historia del Festival). Darín repasó toda su carrera pero también habló de temas como sus lecturas, su infancia o su relación con el dinero, y respondió con predisposición y buen humor desde las preguntas más específicas sobre el rodaje de las películas en las que trabajó hasta los pedidos de anécdotas sobre su participación en telenovelas. Después de una primera hora de intenso interrogatorio Darín pidió poder hacer alguna pregunta él, ante lo que Martínez Suárez respondió que estaba dispuesto a decirle cualquier cosa menos la edad de sus hermanas. Ese espíritu a la vez riguroso y bromista es el que sobrevoló toda la conversación, ante la atenta mirada de más de 200 personas que en varias oportunidades aplaudieron las ocurrencias de ambos y ofrecieron muestras espontáneas de afecto.

“Hay una clara diferencia entre los directores que disfrutan del contacto con los actores y los que sienten que son una herramienta más para poder llevar su trabajo adelante”, afirmó Darín. Y aseguró que si bien las dos variantes pueden conducir a buenos resultados, él prefiere a los directores  que quieren a los actores -entre los que mencionó a Juan José Campanella, con quien rodó cuatro películas-, porque son los que lo ayudan a hacer cosas nuevas. “Ese salto a situaciones desconocidas sólo pude hacerlo con esa confianza, ese abrazo tácito, con aquellos que me han demostrado que me podían contener”.

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También aseguró que los actores deberían conocer mejor como funciona todo el proceso de rodaje y edición para explotar al máximo su potencial, y que su trabajo como director en “La señal” lo ayudó mucho a entender todo el proceso. Sobre esa experiencia destacó que “encarar un largometraje es una tarea titánica, es muy difícil combinar todas las energías que intervienen”. “El rodajes es una zona incierta y vulnerable”.

Asimismo, confesó que muchas veces ha rodado óperas primas (como fue el caso de “Nueve Reinas” o “XXY”, de Lucía Puenzo) porque esa “experiencia sin red”, le parece muy atractiva. “Forma parte de los riesgos que un artista debería correr para no repetirse”. Lo que no quita que haya trabajado también junto a quienes considera grandes amigos, como Bielinsky, quien lo dirigió también en “El aura” y murió sorpresivamente de un infarto en 2006, con apenas 47 años. “Más allá del gran dolor que significó su desaparición para mí no puedo dejar de pensar en todas las cosas que podría haber hecho. Bielinsky era un genio, no tengo miedo de decirlo porque lo ví trabajar de muy cerca. Era muy creativo”. De el rodaje del “El aura” recordó la particular manera de trabajar con Bielinski, con un nivel de intensidad que los llevó a terminar llorando una escena clave de la película. Este relato emocionó al propio Martínez Suárez y toda la audiencia.

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Para Darín, todo se resume en un secreto: “Todos queremos que nos cuenten un cuento bien contado como cuando éramos chicos. Con eso ya estamos contentos, porque nos permite creer que la vida merece ser vivida, nos amplía el panorama. Cuando una historia nos calienta el corazón y nos abre la cabeza… yo no pido más”.

Por Fernando Herrera

Metegol (2013)

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La trampa del Offside

La posición de Juan José Campanella en el cine argentino actual es claramente adelantada. Amparado en el colchón del Oscar tiene el raro privilegio de poder hacer la película que quiera y como quiera. Y desde ese lugar se la juega por un proyecto cuya escala no tiene antecedentes en la industria local. Todo esto genera que se hable mucho más de la competencia con Pixar, de los 20 millones gastados, del muy probable éxito de público, que del contenido de la película en sí.

Un lugar similar, salvando las distancias, es el que ocupa James Cameron en Hollywood. Avatar fue un eficaz entretenimiento, visualmente asombroso, que caía en la insalvable contradicción de denunciar el tecnocapitalismo utilizando las mismas armas que condenaba.

Algo de eso hay en Metegol, una reinvidicación del los valores «de siempre», una apuesta nostálgica por el pasado que la conecta inmediatamente con todo el trabajo previo de Campanella, en particular con Luna de Avellaneda, una idea algo difusa de lo que significa sostener la tradición ante el peligro de las nuevas reglas que impone el mercado.

Se ha hablado de la obvia relación de esta película con Toy Story (el mismo director la cita como referencia), también hay ratas y personajes pequeños que guían a otros mayores como en Ratatuille, pero la comparación más atinada con un producto de Pixar quizás sea Cars, cuyo nostálgico centro de pueblo abandonado a su suerte tiene más puntos de contacto con este trabajo. Un trabajo que, hay que decirlo, está a la altura de las circunstancias en todo lo que hace a los rubros técnicos.

Una factura llena de aciertos para una trama algo superficial y esquemática, donde los buenos son buenos porque mantienen su fidelidad incondicionalmente y los malos son malos porque así nacieron y eso hizo que se dejaran tentar por las mieles del marketing. Y como en otros trabajos anteriores del mismo director, los que hacen trampa son los buenos. Ya había pasado en El secreto de sus ojos, otra película de un extraordinario nivel técnico, pero narrada con una fluidez que ahora se extraña. Allí el personaje interpretado por Pablo Rago hacía justicia por mano propia. En este caso sucede lo mismo, el capitán del equipo de metegol (otra vez Rago) cobra vida e interviene en un partido real molestando a los malos para darle alguna chance a los buenos, que por supuesto igual tienen todas las de perder. El fin justifica los medios. Mensaje ciertamente peligroso para una película destinada al público infantil.

Por Fernando Herrera

Más información sobre la película en IMDB